Remedio eficaz

Martín retiró las gafas y se frotó fuertemente los ojos con el dorso de las manos. Llevaba más de una hora sentado con indolencia en uno de los bancos del jardín, alternando entre el móvil y la tablet sin apenas levantar la cabeza, y comenzaba a notar una fuerte presión en los ojos y en las sienes.

Dejando los bártulos sobre el banco, se levantó y comenzó a caminar con paso cansino. Sus padres no paraban de darle la vara por aquello de que, a falta de ejercicio, tenía más michelines que un restaurante de cinco estrellas y su tripa comenzaba a parecerse a la de un asiduo bebedor de cerveza.

Aunque sólo fuese por una vez, trataría de seguirles el rollo a ver si lo dejaban en paz.

Saliendo de la zona ajardina, se encaminó hacia la dehesa separada de la casa por un extenso vallado. Cruzó la cancela y, con desgana, tiró de frente. En su pausado caminar se cruzaba con algún que otro cerdo despistado comiendo las bellotas que encontraba bajo una encina.

A pesar de que el terreno era llano, Martín comenzó a notar síntomas de cansancio y consideró que ya había cumplido con suficiencia la promesa hecha a sus padres.

Se disponía a volver a casa cuando le pareció oír voces. Sintió curiosidad y tiró hacia el lado del que provenían. Tuvo que andar un buen trecho hasta descubrir el origen: tres chavales de entre diez y quince años  jugaban con sendos peones. Supuso que se trataba de los hijos de los guardeses, ya que un poco más allá se veía una casita de planta baja recién encalada.

Martín se mantuvo algo alejado observando al grupo. Los chavales  -dos chicos y una muchacha- comenzaron a enrollar la cuerda alrededor de un peón, lanzándolo al suelo  al mismo tiempo. El juego consistía en la duración del baile: ganaba la peonza que se mantenía más tiempo bailando. A juzgar por los ademanes y la expresión de júbilo de su cara, no cabía la menor duda de que la ganadora era la chica.

Interesado en el juego, Martín se fue acercando lentamente al grupo; aunque, dado su natural tímido, guardando cierta distancia.

Al notar su presencia, los chicos lo saludaron alzando el brazo con un “hola” y  siguieron a lo suyo. Volviendo a lanzar los peones, en esta ocasión, en vez de dejar que bailasen  hasta el final, cada cual lió la cuerda a la punta del peón en movimiento lanzándolo al aire y dejándolo caer en la palma de la mano bien extendida en la que el peón seguían bailando; y de una mano se lo iban pasando a la mano del otro.

Como Martín no daba señales de acercarse,  la chiquilla se fue hacia él y, pidiéndole que abriese bien la mano con la palma hacia arriba, le pasó el peón que todavía siguió bailando sobre la mano del muchacho. La niña lo animó a unirse al grupo, ofreciéndole su peonza para que la bailase. Pero por más empeño que Martín ponía en bailarla, la condenada peonza salía disparada hasta chocar en los pies de alguno…

A partir de aquel encuentro, los padres de Martín no tuvieron que preocuparse más a causa de que su hijo se pasase las horas pegado al móvil.

Y es que el poder de una peonza… Pero de las auténticas: de puro bog, con la punta en su justa medida  y la “trenla” (cuerda) adecuada.

13 comentarios en “Remedio eficaz

    • No entiendo qué ha podido suceder que la respuesta a tu comentario se la he enviado a Julio. Y eso que las escribo directamente en el recuadro. No sé si será cuestión de concederle la jubilación al ordenador -que ya no está para muchos trotes- o la que tiene que jubilarse soy yo…
      Lo siento.

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      • Yo pienso que ni lo uno ni lo otro. A mí también me pasa, que hago (o eso creo) exactamente lo mismo, pero unas veces contesto al comentario y otras a la entrada. Cosas de wordpress. ¡Y no tienes nada que sentir!

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    • Las canicas también se me daban bien; aunque los contrincantes (o «contrincantas») eran mejores. Las había de barro, de cristal y de acero; siendo las últimas las más valoradas. Teníamos otros muchos juegos; pero la garza y el chamorro no los conozco. A lo mejor les dábamos otros nombres…
      Mirándolo bien…¡qué baratos resultaban nuestros entretenimientos!
      Se me ha hecho tardísimo. Estoy volviendo a las andadas.
      Muchas gracias, abrazos y salud.

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  1. Bailar el peón y saltar a la comba eran los juegos que mejor se me daban. Y como parece ser cierto que «el que tuvo retuvo», sigo practicándolos cuando se presenta la ocasión de fardar ante mis nietos. Por eso se me ha ocurrido lo del cuento: enfrentar los entretenimientos de entonces a la indolencia de la juventud de hoy, pegada todo el día al móvil. Me hubiese gustado poner en el relato el mismo empeño que al bailar el peón; pero es todo lo que he logrado.
    Muchísimas gracias por «abrir la veda».
    Un abrazo grande.

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  2. ¡ Cuántos recuerdos, querida Mari Carmen ! Allí en la parte terrosa de nuestro empedrado «rueiro» hemos jugado a «ó pión» como así le llamábamos a la peonza en nuestro singular gallego-palmeirán. Recordarás que había un gran recuadro de tierra. Allí era a donde nos retirábamos para no molestar a las que jugaban al «risco» o al «palloi» en la privilegiada y adoquinada Plaza del Callao a diez metros del puerto, que era la calle en donde yo nací.
    Sí, todavía recuerdo las cosquillas «jabuchas» que «o pión» hacía en nuestra mano en su vorágine de arremolinado danzar.
    Fermoso, querida Carmela. unha bonitura de conto. Moitos parabéns e biquiños palmeiráns.

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  3. Tú sí que me haces recordar rincones y apelativos que tenía olvidados; aunque, por diferencia de edad, no hayamos coincidido en nuestros juegos. Mejor que olvidados, diría que guardados en el mejor lugar del baúl de los recuerdos que es nuestra mente.
    No mencionas “a de nada, tío Juan Camarada” y toda la retahíla que soltábamos cada vez que saltábamos por encima del lomo del que le tocaba pandar. Era más bien juego de chicos…; pero lo practicábamos sin distinción de sexos.
    Espero que por una vez mi respuesta salga en el lugar correspondiente.
    Gracias con un beso por tu evocador comentario.

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  4. Tú sí que me haces recordar rincones y apelativos que tenía olvidados; aunque, por diferencia de edad, no hayamos coincidido en nuestros juegos. Mejor que olvidados, diría que guardados en el mejor lugar del baúl de los recuerdos que es nuestra mente.
    No mencionas “a de nada, tío Juan Camarada” y toda la retahíla que soltábamos cada vez que saltábamos por encima del lomo del que le tocaba pandar. Era más bien juego de chicos…; pero lo practicábamos sin distinción de sexos.
    Espero que por una vez el comentario salga en el lugar correspondiente.
    Gracia con un beso por tu evocador comentario.

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  5. ¡No tengo remedio…! A vueltas intentando meter mi respuesta y ahora sale duplicada… Está visto que el ordenador no es mi fuerte. Creo que se puede borrar; pero como me meta en tal laberinto, temo complicarlo todavía más.

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  6. Recuerdo un día que viniste a recogerme al conservatorio (tendría yo…unos 11 años calculo) y estábamos en la fiebre de las peonzas. Toooodos teníamos una. Delante de mis coleguitas de aquella época te pusiste a hacer unas virguerías que nos dejaron a todos alucinados. Yo, por supuesto, hinchada de orgullo por la pedazo abuela molona que tengo.

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  7. ¡Ay, Julita!, echando la vista atrás en este blog variopinto, me encuentro con una entrada tuya sin respuesta. Ya me gustar tenerte más cerca… Claro que, mirándolo bien, Holanda queda a «a carreiriña dun can» y cualquier día me da la ventolera de aparecer por ahí.
    Espero y ansío darte pronto un fuerte achuchón.

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