Lo veía cada semana el día que le correspondía hacer la compra en el hipermercado. Tendría apenas cumplidos los veinte años. En su tez negra, con los rasgos propios de la raza, sus ojos desprendían un halo de nobleza.
La primera vez que se encontraron, el muchacho le ofreció un ejemplar de “La Farola”. Marina, cargada con las bolsas de la compra, rehusó el ofrecimiento con un movimiento de cabeza.
Sigue leyendo