El profesor Salgado debía de ser el único profesor que hacía preguntas durante la clase. Tenía fama de buen docente. Y lo era: el que no aprobaba su asignatura es que no había permanecido atento a las explicaciones, en las que se le permitía al alumno objetar, si no estaba de acuerdo con lo explicado. Por tal razón el aula del profesor Salgado se mantenía siempre llena, aunque no gozase de la simpatía de los alumnos.
-Señor Cebrián, ¿acaso no ha dormido bien esta noche? —y Cebrián, dando un respingo, se enderezaba en el asiento con cara de susto—. La función del pupitre no es precisamente la de prestar el servicio de almohada. Claro…, como que es lunes. A saber lo que habrá hecho usted durante el fin de semana… A ver, hábleme a grandes rasgos de «la crítica de la razón pura». Sigue leyendo