El docemesino

Hacía ya varios días que los miembros de la familia nos encontrábamos un tanto angustiados con la larga espera de la llegada de mi tercer bisnieto -en este caso bisnieta- ya que, según los cálculos de los papás, el parto se retrasaba más de lo debido.

Para mí, con alguna experiencia -cinco hijos en cuatro años y medio- la cosa resultaba de lo más normal, puesto que las primerizas suelen equivocarse en los cálculos. Lo que no consideré tan normal es que cuando comenzaron los dolores propios del parto, al no haber dilatación o ser mínima, enviaban a la parturienta  para casa. Así hasta el tercer intento en el que decidieron extraer a la niña con una ventosa  y, al no ser posible, optaron por la cesárea. Santo remedio.

El caso es que tres días de reflexión dan para mucho: meditar, rogar, implorar, llorar y hasta reír. En mis ruegos llegué a acordarme de una imagen de la Virgen María embarazada que llamaba mi atención en la iglesia de San Bartolomé en Pontevedra. De esto hace más de cincuenta años. 

En uno de los momentos más esperanzados, mi cabeza evocó un episodio ocurrido cuando era niña o adolescente: 

Una suegra se puso por conferencia en contacto con su yerno -en aquella época apenas existían teléfonos privados- y le comunicó que su mujer había dado a luz un precioso niño.

El yerno, desconcertado por tal noticia, respondió que era imposible, puesto que hacía un año justo que no había estado con su mujer y no tenía conocimiento del embarazo por carta.

A lo cual la suegra replicó:  «Ten por seguro que es hijo tuyo. Lo que sucedió es que se encontraba tan a gusto en la barriga de su madre que no daba señales de querer salir. El médico dijo que era un niño docemesino. ¿Vas a saber más que el médico?»

Mientras esperaba la llegada de mi bisnieta, la anécdota del docemesino me ayudó a soportar mejor la espera.

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