Me invito una amiga a la boda de su hijo. La ceremonia religiosa se celebró en la iglesia parroquial del barrio, de la que éramos feligreses algunos invitados. Después cada uno debería ingeniárselas para trasladarse al Hotel Palace, que era el lugar elegido para celebraba el ágape.
Como suele ocurrir en esta clase de acontecimientos, a la puerta de la iglesia esperaban la salida de los novios y acompañantes multitud de amigos y conocidos. Entre ellos se encontraban mi hija mayor y su novio. Al verme salir, el muchacho –que, por cierto, me caía genial- se acercó a mí ofreciéndose a llevarme en su coche.
Por mis hijos tenía noticias del modelo de coche que se había agenciado y de algunas de sus peculiaridades. Con todo acepté la oferta del que más tarde llegaría a ser mi yerno. Sigue leyendo