No es oro todo lo que reluce

Cuando vimos la casa nos quedamos deslumbrados. Ni por asomos habíamos soñado llegar a disfrutar de un salón tan amplio, tan bonito y tan impecablemente cuidado. Claro que los muebles de los que nosotros disponíamos no estaban a la altura de los elegantes muebles que vestían el salón del chalet en venta. No era de extrañar que la amiga que nos llevó a verlo nos asegurase que los vecinos de la urbanización siempre que salía el tema comentaban que aquel chalet era el más bonito y envidiado del entorno. El precio -sin resultar una ganga- no era desorbitado, dada la categoría de la vivienda. Aun así tendríamos que soportar durante años una hipoteca por encima de nuestros posibles pero, por muchos equilibrios que hubiésemos de hacer, estábamos convencidos de que la aventura valía la pena.

Después de terminar con el papeleo de la compra, mi marido y yo soñábamos con trasladarnos cuanto antes a la nueva vivienda, pero los antiguos propietarios nos rogaron que les concediésemos veinte días de plazo para realizar el traslado a su nuevo domicilio en otra provincia. En cuanto el piso quedase vacío -tratarían de hacerlo antes del tiempo fijado- le dejarían las llaves al conserje el cual se encargaría de avisarnos.

En lo que se refiere a la entrega de llaves, resultaron gente de palabra. Es más: se adelantaron unos días a la fecha acordada, cosa de agradecer. En cuanto el conserje nos telefoneó, metimos a los niños y a la niñera en el Seiscientos de cuarta mano y nos pusimos en marcha hacia nuestra nueva residencia. Por aquel entonces no teníamos más que un niño de algo menos de un año, una niña que cumpliría en pocos días los dos años y otro -u otra, ya que en aquellos tiempos la ciencia no había avanzado tanto como para conocer el sexo de un bebé antes de salir del claustro materno- a punto de llegar al mundo. Con el piso vacío resultaría más fácil hacernos una idea de la distribución de los muebles, si sería necesario adquirir o prescindir de alguna cosa o hacer alguna pequeña reparación.

Al abrir la puerta de nuestro flamante domicilio, se nos vino el puto mundo encima (utilizo la expresión “puto mundo” echando mano del título de un libro que leí hace poco y creo que encaja como anillo al dedo): el reluciente suelo del maravilloso salón se había convertido por arte de encantamiento en un suelo de mugrienta madera (las zonas que antes estaban cubiertas por alfombras y muebles) en el que se cruzaban porciones pintadas con una gruesa capa de barniz sobre fondo de nogalina de un color entre marrón y caoba, que era lo que se veía cuando nos mostraron aquel maravilloso salón que nos hizo obviar algunos pequeños detalles en el resto de la casa. Por no desentonar con el suelo, la pared que antes se veía toda de un precioso color salmón, aparecía ahora con diversos cuadrados de un verde desvaído, de los cuales recuerdo haber visto al de mayor tamaño cubierto por un enorme tapiz -una reproducción de las Hilanderas de Velázquez- que, dicho sea, me había parecido un tanto ostentoso.

Superada la fuerte impresión que nos causó tremendo cambio, comenzamos a discurrir qué medidas tomar para adecentar aquel desaguisado sin desembolsar demasiado dinero del que tampoco disponíamos. Además por aquellas fechas ni siquiera contábamos con el recurso de una máquina pulidora, puesto que no existían, y de haberlas, ¡menudo dispendio!

De las habitaciones, mejor no hablar… Si el suelo del salón estuvo cubierto por alfombras y demás, en los dormitorios estuvieron las camas…

A mi marido fue al que se le ocurrió la idea… Haríamos acopio de cristales rotos y con ellos comenzaríamos a raspar el barniz. Una vez igualado el suelo, algo se nos ocurriría.

Sin pensárnoslo dos veces nos pusimos manos a la obra. Obra que nos costó tiempo y trabajo; pero, con algún corte que otro en las manos, logramos dejar el suelo más pulido que la mejor máquina pulidora lo hubiese hecho. Con la colaboración de los vecinos -también hay que decirlo- que, en cuanto se enteraron de lo ocurrido, vinieron raudos a comprobar con sus propios ojos el pregón del conserje y, de paso, ofrecerse a echarnos una mano en sus ratos libres.

Una vez pulido el suelo, lo demás fue coser y cantar: una mano de nogalina, un par de capas de barniz y ni el más experto profesional lo hubiese dejado mejor. Para celebrarlo invitamos a los vecinos a una buena merienda. En realidad resultó una magnífica fiesta tres en uno: cumpleaños de mi hija, nacimiento de mi otro hijo y estreno de la nueva casa… ¿Qué más se podía pedir?

Pero lo mejor de todo fue lo mucho que disfruté con los comentarios de los vecinos acerca de los antiguos propietarios de nuestra casa. Entregarla en tan lamentable estado… No se lo podían creer.

Aquellos comentarios resultaron para mí algo así como una pequeña venganza.

8 comentarios en “No es oro todo lo que reluce

  1. Yo ya conozco a más de uno que se ha llevado un buen susto después de comprar un piso, como tus protagonistas… por despiste, desconocimiento, o «excesiva picardía» de los antiguos dueños.
    Bueno, que hablen mal de ellos no te soluciona el problema, pero supongo que moralmente ayuda ¿no? Y además parece que mejoras lo anterior 😉
    Un besote y buen domingo

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  2. Imagínate el episodio a la inversa: cuando dejas la casa alquilada como los chorros del oro, libre de cargas, y los de la agencia no te devuelve la fianza. Encima ni le dan importancia al detalle de entregarla en mejores condiciones que cuando la cogiste. Más bien te toman por tonta.
    En el caso de mi historia no mediaba agencia alguna y ese pequeño detalle hace más reprochable la manera de actuar los vendedores.
    Son historias vividas que me sirven para contarlas pero nunca para aprender.
    Un abrazo grande con mi agradecimiento por leerme.

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  3. Querida Mari Carmen; tú bien sabes que la sinceridad perfecta es única y exclusiva de las bestias. Ni siquiera un buen sastre puede camuflar a un embaucador.
    Te estoy imaginando con el cristal en la mano rascando la maltrecha tarima y a punto de dar a luz . Creo que cualquier tiempo pasado fue mejor … que pasara.
    Besiños palmeiráns, preciosa.

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  4. Para colmo traía al mundo niños tan desarrollados que en una ocasión la portera del edificio me pronosticó trillizos. Menos mal que erró en el augurio. Si viniendo de uno en uno llegué a tener hasta tres en mi habitación… No quiero ni pensarlo.
    Al final llegaron las lluvias y eso nos da un respiro. (Nunca mejor dicho).
    Bicos, apertas e moitas gracias por estar sempre aí.

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  5. Ay, ¿quién no se ha encontrado con alguna sorpresita de ese tipo? Por suerte a veces ocurre lo contrario: ese fue nuestro caso cuando nos compramos la casa de segunda mano. Cuando entramos el propietario se había tomado la molestia (sin decirnos nada) de acuchillar el suelo, pintar las paredes, llamar a un servicio de limpieza, pasar la revisión de la caldera, vaciar el aire de los radiadores y dejarme unas cortinas monísimas en las habitaciones por si me servían (¡ya lo creo que me sirvieron y me siguen sirviendo). Incluso nos dejó una buena provisión de supositorios Rovi en el armarito del cuarto de baño. Imagino que esto sería un descuido, pero nos vino estupendamente. Han pasado un montón de años desde entonces, pero todavía lo recuerdo con todo mi cariño (y palabra que no nos conocíamos hasta la compra de la casa). Un beso gordo, palmeirana.

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  6. Por suerte muchas veces te encuentras con gente estupenda, como en tu caso. Y el dejar los supositorios puede que fuese todo un detalle.
    Te aseguro que en mis diecisiete traslados -contando desde el día que me casé y sin exagerar- di con personas de todo tipo. Y de mi relación con las inmobiliarias podría escribir un tratado bien gordo. Ahora que lo pienso se me está ocurriendo una historia fantástica y bien real… Si elegí ésta es por lo inusual: con la ilusión que irradiábamos mi marido y yo al creer el piso listo para ocupar, lo menos que podían haber hecho los dueños era sacarnos del error. Imposible describir con palabras aquel suelo. Para colmo les compramos un armatoste de mueble que hubo que mover, encontrándonos debajo con un nuevo regalo.La pena es que en aquellos tiempos no existiese el móvil…
    Me enrollé un poco. Perdón.
    Un abrazo con mil gracias.

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  7. Hay aventuras que te hacen crecer y descubrirnos nuestras capacidades de superación; en el caso que tan vivamente nos describes hay algo que a mí me gustó mucho como fue la respuesta de los vecinos, esa solidaridad mostrada ante las contrariedades y dificultades con que os encontrasteis. Ejemplar. Abrazo y salud.

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  8. Me imaginé, tratándose de Carmen, que cuando abriesen la puerta de la «estupenda mansión», se iban a encontrar con un buen «emplasto». Jajaja!!! Lo siento, pero no puedo menos que reírme. Tú sigue contando tus gracias y desgracias, que yo me lo paso muy bien leyéndote. Que no todo sean disgustos cuando una abre una página para esparcirse un poco. Besos desde Palmeira.

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