Ahí va el Hombre Muerto

Ayer asistí en el Real a la ópera en dos actos “Dead Man Walking” (“Ahí va el hombre muerto”, en el argot de los guardias de las prisiones americanas al referirse a un condenado a la pena máxima en el momento en que es trasladado a la cámara de ejecución), primera ópera del compositor estadounidense Jake Heggie, basada en el libro homónimo de la hermana Helen Prejean que ya había sido adaptado al cine en 1995.

No voy a pararme demasiado en la ficha artística ni el argumento de la obra (basado en un hecho real) de los qué podéis informaros largo y tendido en Internet. Trataré de plasmar mi apreciación personal. Poco más.

Después de ver la película “Pena de muerte” no me apetecía nada asistir a esta ópera, pues intuía que nada nuevo podía aportarme y sí lograría ponerme de mal humor, ya que, dada la temática y vista la tendencia del Teatro Real a presentar las óperas con el escenario en tinieblas, ésta se prestaba a ser una más en esa línea. He de reconocer que mi juicio a priori por suerte resultó fallido, puesto que en esta ocasión no sucedió lo que temía sino todo lo contrario.

Comienza la ópera con un prólogo, éste sí en tinieblas -sólo rotas por los faros de un coche-, detalle que se agradece por lo escabroso de las escenas en que dos adolescentes, vestidos a lo Adán y Eva, se disponen a hacer el amor sobre una manta extendida en el suelo junto a un río de la Louisiana rural. En pleno acto irrumpen en el lugar los hermanos De Rocher. En unos momentos de terrible confusión Joseph De Rocher (Michael Mayes, barítono) intenta violar a la chica, su hermano Anthony mata al chico y Joseph, presa del pánico, apuñala a la muchacha hasta dejarla sin vida.

A partir de este momento el escenario se trasforma en un espacio luminoso en el que irrumpe cantando alegremente un grupo de niños y niñas (Pequeños Cantores de la Comunidad de Madrid) de lo más variopinto, acompañados de tres monjas vestidas de seglares, una de ellas la hermana Helen Prejean (Joyce DiDonato, mezzosoprano), la cual está enseñando un himno al coro de escolares.

Haciendo un alto en el ensayo, la hermana Helen cuenta a sus compañeras que está dispuesta a aceptar la petición de un recluso para ser su consejera espiritual. Las hermanas le advierten del peligro que encierra tal decisión. Pero Helen, obstinada, está convencida de que es su deber -puesto que su tarea primordial es dedicarse en cuerpo y alma a los más desamparados- y no ceja en su empeño por más obstáculos que le pongan, aunque en ocasiones le asalten serias dudas.

Al llegar a la prisión estatal tanto el padre Grenville -cura del penal- como el alcaide tratan de disuadirla, advirtiéndole del tipo de recluso al qué se va a enfrentar.

Helen no sólo tiene que vérselas con el preso, también habrá de lidiar a la familia de éste y -lo que es más peliagudo- a los familiares de las víctimas y a un jurado al que trata de convencer para que conmute la pena al reo. Acorralada por todos, hasta por sus compañeras de convento, y ante la imposibilidad de lograr el indulto, acaba desplomándose.

De vuelta al convento, la hermana Rouse ruega a Helen que deje de trabajar en un caso sin solución que mina su salud. Pero la monja no está dispuesta a dar marcha atrás en algo que considera su deber.

La tarde de la ejecución Helen tiene una entrevista con el condenado en la celda. Por más que le ruega pida perdón por el horrible crimen cometido, no logra convencerlo. Hay un momento en el que el Joseph intenta sincerarse con su madre, pero ella no quiere escucharle prefiriendo seguir en la creencia de que el hijo es inocente. La desorientación de los padres de las víctimas también es grande, llegando a confesar el padre de la chica a Helen que no está seguro de desear la muerte del asesino de su hija.

Finalmente De Roche, derrumbado, confiesa todo a la monja. Ella le otorga su perdón y le pide que la mire durante la ejecución pues está segura de que le servirá de consuelo.

En la cámara de ejecución, el guardián pregunta al reo si quiere pronunciar algunas últimas palabras: De Roche pide perdón a los padres de los jóvenes asesinados lamentando el daño que ha causado. En plena ejecución le dice a la hermana Helen: “Te quiero”. Son unos momentos impactantes en los que se te encoge el alma.

Toda la ópera se centra en el debate sobre la pena de muerte y, sobre todo, en la postura de cada persona en un caso de tal envergadura moral. Es una ópera que remueve conciencias sin dar opción a la indiferencia. Te metes en la piel de la hermana Helen y sientes y sufres con ella y con cada uno de los personajes, todos perfectamente definidos.

Sencilla y excelente la puesta en escena de Leonard Flogia, con una luminosidad presagio de esperanza. Creo sin embargo que, ante la fuerza emocional de esta ópera y el esfuerzo del conjunto de cantantes por lograr conmover al espectador -especialmente Joice DiDonato y Michael Mayes, en unos roles tan densos y cambiantes, sin olvidar a María Zifchak con su saber estar en escena como madre del reo y a todos aquellos que de alguna manera participaron en el logro de este magnífico espectáculo- resultaría impactante hasta en un escenario vacío de decorado.

12 comentarios en “Ahí va el Hombre Muerto

    • La respuesta que he metido en el comentario de noteclaves era para ti, Luna. No había visto el suyo y me he armado un lío. Lo mismo me ocurre con el wassap, pues no es la primera vez que envío fotos y comentarios a un destinatario erróneo. Eso encierra su peligro… A veces resulta una especie de diálogo para besugos.
      Hoy tengo invitados y están a punto de llegar.
      Muchas gracias por tu comentario y un beso. (Espero atinar ,ahora. Y sino los compartís.)

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  1. No soy partidaria de las óperas contemporáneas. Sin embargo de los personajes de ésta que estamos comentando –una mezcla de jazz, ópera clásica, teatro musical, espiritual negro…- dimana una carga emocional tan profunda que obliga al espectador a hacerla propia, a meterse en los conflictos íntimos de cada uno de los protagonistas, a sentir lo que ellos sienten. Y lo que es más difícil: a tomar partido. Todos los roles son complejos, pero el del reo, teniendo que pasar por momentos anímicos diferentes -frialdad, ironía, rabia, desesperación, aceptación de la pena…- es impresionante.
    En el tema de la redención, “Dead Man Working” me recuerda algunas óperas de Wagner.
    Gracias por haberme leído. Me ha salido el trabajo un poco chungo porque me parecía muy extenso y he ido podándolo.
    He de confesarte algo: es la primera vez que me cae la lágrima en una ópera.
    Un abrazo.

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    • En realidad no has respondido a noteclaves tampoco… es un comentario directo a tu entrada así que no le llegará aviso a nadie, a mí también me pasa a veces 🙂
      No me ha parecido a mí chungo, se lee muy bien y tampoco da sensación de que falte algo.
      La historia es como para dejar caer alguna lágrima sí, como tú dices, incluso en un escenario sin decorado.
      Un abrazo y buena semanita 🙂

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  2. ¡¡ Hola, queridísima !! Ya sabes que yo nunca he ido a la ópera, ni tan siquiera al teatro, solamente a los que nosotros interpretábamos con el finado de Pillado como director. Los pueblos tienen sus ventajas y sus inconvenientes y esta es una de las limitaciones que nos plantea estar lejos de la gran urbe. Al leerte te he envidiado, lo has plasmado tan bien, que he vivido la obra por medio de tu palabra pero, he echado de menos ese directo del que posiblemente nunca llegue a disfrutar.
    No te ha sobrado ni una coma, está genial, tanto, como tú lo eres.
    Besiños palmeiráns.

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  3. Nos envidiamos mutuamente: a la ópera puedes asistir en diferido, pero para respirar ese aire puro del que tú gozas no hay diferido que valga.
    Comentaba mis despistes… Pues si te cuento que -además de la poda consciente de la que hablo- me he dejado la parte final del comentario operístico en la página Word que queda separada de la anterior por una raya. Cuando lo leí editado me parecía que faltaba algo, pero no sabía qué, me figuré que se trataba de otra poda inconsciente. Me di cuenta bastante tarde, cuando volví a Word. Menos mal que no se nota la amputación. Será por eso que pasó desapercibida
    Sobre la ópera en directo te digo lo mismo que a Luna: no tengo inconveniente en cederos mi entrada -hospedaje incluido- siempre y cuando os pongáis de acuerdo. Sólo dispongo de una..
    Un fuerte abrazo entre palmeirán y madrileño.

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  4. ¡Intensa experiencia! Lo sorprendente, en este caso, es que el tema de la ópera no sea el acostumbrado enredo amoroso con todas sus consecuencias. He podido disfrutar pocas óperas, pero sigo en Bilbao la programación a la que acude mi mujer, una apasionada del género.

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  5. El desencadenante de mi afición a la ópera fue Alfredo Kraus cuando casi estaba iniciando su carrera artística. Sería largo de contar. Tal vez lo haga en cualquier ocasión.
    A los aficionados que llevamos tiempo asistiendo a eventos operísticos, la ópera vanguardista nos parecía la gran intrusa. Sobre todo las puestas en escena demasiado atrevidas, aun tratándose de óperas tradicionales. Poco a poco vas asumiendo ciertos cambios -impensables hace muy pocos años- siempre y cuando no se salgan de unos rigurosos cánones éticos y morales o desvirtúen el mensaje que el autor de la obra pretende transmitir.
    La próxima ópera que veré es “Street Scene” de Kurt Weill. No es la primera ópera de este compositor a la qué asisto. Ya os contaré.
    Gracias por visitarme y un abrazo.

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  6. Creo que ya te he dicho en otras ocasiones que la opera no es «santo de mi devoción»; sin embargo, me encanta leer lo que escribes sobre ella…. ¡y envidio tu capacidad para experimentar esas sensaciones que tan bien describes! Un abrazo, Palmeirana.

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  7. No sé cómo me las arreglo, pero siempre vengo al ordenador a las tantas. Hoy, entre otras actividades, me he dedicado a «facer orellas de entroido». Lo malo es que, mientras las hago me zampo las que no tienen bonita forma o color.
    Pues ya verás cuando mañana cuelgue -¿o se dice «suba»?- la reseña de la ópera que vi ayer. Esa sí que te encantaría aun sin ser aficionada.
    Gracias por acordarte de mí y un biquiño.

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