Don José Couceiro

Lo recuerdo con la sotana raída, de un negro que se tornaba amarillento por el uso. Decían que la sotana raída se debía a que el pecunio que percibía por su labor pastoral, apenas le llegaba para cubrir necesidades ajenas. No sé por qué al recordarlo me viene también a la mente aquel otro cura, personaje de Unamuno, que cumplía su cometido mejor que el clérigo más creyente, sin serlo. No sé si don José era creyente o no, pero su modo de llevar a cabo el destino que eligió -o que otros eligieron para él, pues a los diez años nadie está capacitado para saber lo que quiere- era el del más ferviente creyente.


Cuando acudíamos a la catedral a confesarnos, el único confesionario abarrotado era el de don José Couceiro, a pesar de que las confesiones con este curita eran rápidas. Sobre este particular corría por Santiago un dicho que pretendía dejarlo patente: “Don José, maté a mi padre”. “Arrepiéntete, hijo mío y no vuelvas a hacerlo. En penitencia reza un padrenuestro, un avemaría y un gloria”.

Don José era el confesor preferido de los estudiantes y también de las beatas, a juzgar por la siguiente historia, que también circulaban por la ciudad del Apóstol:

Se acerca una beata al confesionario de don José con el fin de dejar limpia su conciencia:

-Ay, don José, si usted supiera…

-¿Qué he de saber, hija mía?

-¡He visto una pareja cogida de la mano…!

-¿Y eso te escandaliza? Peor sería que fuesen cogidos del brazo…

-¡Ay, don José!, usted no tiene malicia. Usted es un santo. ¿No se da cuenta que la ropa que cubre el brazo impide el roce carnal…? Pero la carne con la carne excita las pasiones.

Sí. Así era don José Cruceiro, confesor de estudiantes y amigo de los necesitados.

Creo que también a él se le podría muy bien añadir los apelativos de Bueno y… Santo.

9 comentarios en “Don José Couceiro

  1. Seguro que no volvió a hacerlo…
    Me he quedado un poco así porque no recuerdo yo al cura de mi barrio. Soy la típica persona que desde la comunión no pisa la iglesia más que para bodas y funerales, pero aún así…

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    • Es lo normal en la gente joven. Los mayores muchas veces lo hacemos por tradición o por costumbre. Sin embargo soy de las que cree que el hombre es religioso por naturaleza y a mí la penumbra de una iglesia medio vacía me acerca más a Dios. Me ocurre lo mismo si me encuentro en una playa solitaria o simplemente en una noche cuajada de estrellas mirando al mar desde la terraza de mi casa. Cosas así.
      Me han graduado mal las gafas y veo fatal.
      Un besote.

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  2. Querida Mari Carmen; como bien sabes hoy no estoy para escribir tal como tengo de embotada la cabeza debido al catarro pero, me he levantado un ratito y aquí me tienes. Yo he conocido a cuatro sacerdotes en nuestra parroquia, y considero que los cuatro tenían sus defectos y virtudes como humanos que somos; pero buenos, buenos, así como tu don José, no recuerdo a ninguno. Bueno, ahora me viene a la mente nuestro palmeirán don José el Segorrello. El que se fue a las misiones y los últimos años tuvimos la suerte de conocer a aquél santo varón. Espero que lo recuerdes.
    Besiños palmeiráns.

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  3. Claro que lo recuerdo… Pero apenas conviví con él unos cuantos veranos: al volver de las misiones yo ya no estaba en Palmeira. Me encantaba la dulzura de su voz cuando oficiaba alguna misa sustituyendo al párroco. Es curioso: en el físico se parecía mucho al curita de mi historia y tenía su mismo nombre.
    Espero que mañana te encuentres recuperada del todo de la gripe. Pero no cometas disparates, que te conozco. Anuncian buen tiempo en Galicia y eso es un peligro…
    Unha morea de bicos.

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  4. Gracias, Julio. Todavía te puedes encontrar con algún cura parecido al de mi historia. Hoy precisamente mencionaba a uno en un comentario al artículo de un paisano mío. Lo que ocurre es que este curita debe de andar muy cerca de los cien, si no los ha cumplido ya. Pero se mantiene en forma a pesar de la edad. Tal vez se deba a su vida activa.
    Buenas noches y un abrazo.

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