É das mulleres

Por aquel entonces —tendría yo unos 15 años— cuando una mujer daba a luz lo hacía en su propia casa, asistida por una comadrona titulada y —en el peor de los casos— por una partera aficionada que fue aprendiendo el oficio de traer niños al mundo sin el requisito de un título que lo acreditase.

Hacía muy pocos días que una vecina había tenido un bebé, y mi madre —como símbolo de buena vecindad— me envió con un regalito de confección casera (solía ser un juboncito con patucos a juego) al domicilio de la parturienta.

Al llegar a la casa —de planta baja— encontré la puerta de la calle franqueada, como era costumbre en los pueblos de Galicia. En vez de entrar como Perico por su casa, opté por pronunciar, en un tono bastante alto para que se me oyese, el nombre de su dueña.

Salió a recibirme la madre de la parturienta, la cual me introdujo en la habitación en la que se encontraba acostada su hija con el niño a su lado. Rodeando la cama tres hileras de sillas arrimadas a la pared estaban ocupadas por ancianas vestidas de negro de los pies a la cabeza. Y nunca mejor dicho, porque todas llevaban pañuelo del mismo color que, anudado al cuello, les cubría el pelo.

La abuela me mostró a su nieto llena de orgullo: recuerdo que era morenito, con el pelo muy negro y tan pequeño que sólo de pensar en cogerlo me entró un miedo atroz de que se me escurriese entre los brazos.

Después la abuela se fue sin decir nada, apareciendo al cabo de un rato con una botella de anís y una sola copa que, llenándola, la fue pasando a cada una de las viejas sentadas alrededor de la cama.

Hice un ademán de despedida, pero la señora de la casa con un gesto de su mano me indicó que aguardara. Obedecí. Al acabar de servir a todas las viejas se acercó a mí y, terminando de llenar la copa que había dejado a medias la última vieja en beber, me la ofreció.

Por más de insistir en que no bebía, la mujer trató de convencerme con el siguiente razonamiento: «bebe que é das mulleres» («bebe, que es de las mujeres» —se refería al anís—.).

Al notar el asco pintado en mi cara, una de las viejas, la más desdentada sentenció:

—»Bebe, miña filla, bebe. O que mata é o escrupo. Só o escrupo». (Bebe, hija mía bebe. Lo que mata es el escrúpulo. Sólo el escrúpulo.)

Ante tan convincente razonamiento, bebí.

11 comentarios en “É das mulleres

  1. Te aseguro que lo pasé fatal… Me olía lo que iba a ocurrir y quería salir de allí a toda prisa antes de que llegase mi turno.. Pero no hubo manera: bebí conteniendo las arcadas. Demasiado fuerte para una cría beber de una diminuta copa en la que habían posado sus labios una docena de ancianitas.
    Hoy estoy convencida de que más mata el escrúpulo, pero… Un abrazo y muchas gracias.

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  2. Ja, ja, ja. Querida Mari Carmen, ya sabes aquello de que «o que non mata engorda e sirve de antídoto». Las pobres eran más de pueblo que la concentración parcelaria. Pero esas abuelitas suelen ser tan dulces, tan dulces, que hasta los nietos le salen diabéticos.
    Un besazo desde tu querida Palmeira.

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    • ¡Qué me vas a contar, Magdalena, si tuve la mejor abuela del mundo…! A la paterna apenas la conocí; pero, por referencias y lo poco que la recuerdo, debió de ser una persona estupenda. Y muy dulce.
      Agradezco tu comentario con un montón de «biquiños» dulces pero sin diabetes.

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  3. Y a mí…¿Qué te habías creído? Si me dedicase a escribir preciosas anécdotas vividas con mi abuela, no acabaría nunca. Al ser la mayor de los hermanos fui la que más convivió con ella y nunca, nunca tendría reparo en beber de su vaso. Pero la visión de tanta señora enlutada libando de la misma copa…
    Le envío mi cariño a todas las abuelitas del mundo. Siempre lo sentí -a pesar de la anécdota-, y más ahora que estoy metida en el gremio desde hace mucho tiempo.
    ¡Ah! Mi abuela no llevaba refajo ni pañuelo ni decía palabrotas. Pero me daría igual que llevase refajo, pañuelo y dijese palabrotas: seguiría siendo la mejor.
    Un beso grandote.

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  4. ¿Y si escribieras alguna de esas anécdotas de vida y tiempo? Estoy convencido de quelas leeríamos con el mismo gusto con el que hemos leído esta historia trazada con cariño y respeto. Y sí, aunque el escrúpulo sea enemigo de la curiosidad y nos cierre puertas, yo me pongo en tu lugar, veo ante mí esa copita de la que han libado todas esas viejas, las veo mirarme en hilera y… Sin respirar y al coleto.
    Muy bonito tu relato. Un abrazo.

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  5. Gracias, Álvaro, por tus comentarios tan amables. Intentaré hurgar en el baúl (mental) de los recuerdos y algo saldrá. Hoy trataré de irme pronto a la cama -quiero decir no más tarde de las dos de la madrugada que es el horario habitual de acostarme-. Estoy un poco cansada, pero con el más agradable de los cansancios, porque es el resultado de un delicioso día pasado en compañía de hijos y nietos. ( Ya me gustaría que estuviesen todos, pero eso sólo puede ocurrir de tarde en tarde).
    Otro abrazo. .

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  6. Cuando me jubilé, mis compañeros me dijeron: «Ahora que vas a tener tiempo…». Creo que en mi vida dispuse de menos tiempo. que desde que me jubilé. Tal vez se deba a que pretendo realizar lo que antes no pude y son muchas y variadas las cosas que tengo pendientes.Para colmo, soy bastante desorganizada y, encima, mi fuerte no es la Informática y me lío. De todos modos trataré de haceros caso a Álvaro y a ti hurgando en mis recuerdos. Lo malo es si le sale una competidora a Pablo… Un abrazo a los dos

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  7. Corroboro en su totalidad, todo lo dicho por Carmen, porque lo he vivido muy de cerca. Por eso aún faltan las mías, que creo también tienen «su chispa», por decirlo de alguna manera. Hay cosas, anécdotas curiosas; recuerdos que unos y otros hemos vivido, sobre todo en el rural. En esos pequeños y hermosos pueblos llenos de encanto, por sus gentes, sus costumbres y su manera de vivir; aunque solamente fuera con lo imprescindible; pero aun así…!!! éramos tan felices ¡¡¡

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